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México y Brasil: los acuerdos que interpelan a América Latina

Por Amaury Sánchez G.

Politólogo

El anuncio de la cooperación entre México y Brasil en materia de biocombustibles y competitividad no debe leerse como un hecho aislado ni como simple protocolo diplomático. Se trata, en realidad, de un movimiento que refleja tensiones de mayor alcance: la política comercial agresiva de los Estados Unidos, la búsqueda de márgenes de autonomía por parte de las principales economías latinoamericanas y la necesidad —cada vez más apremiante— de configurar un espacio regional que no se limite a reproducir los intereses de potencias externas.

 

I.La presión de Estados Unidos como catalizador

Brasil ha sido objeto de aranceles del 50% por decisión del gobierno de Donald Trump. México, por su parte, negocia contrarreloj con Washington un acuerdo que evite la imposición de nuevos gravámenes. Ambos países enfrentan, por vías distintas, la misma realidad: la dependencia estructural de la economía estadounidense. En ese contexto, la cooperación entre México y Brasil se convierte en un gesto que busca reducir vulnerabilidades, diversificar mercados y, al mismo tiempo, enviar un mensaje político a la Casa Blanca: No toda América Latina está dispuesta a seguir funcionando como su patio trasero.

El análisis jurídico de la situación es inevitable. Estados Unidos, al imponer aranceles unilaterales, contraviene principios de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y erosiona la confianza en el sistema multilateral. Tanto México como Brasil, en su calidad de miembros activos del G20 y de la OMC, tienen derecho a recurrir a los mecanismos de solución de controversias. Sin embargo, el desgaste de dichas instituciones en los últimos años obliga a buscar salidas complementarias: alianzas bilaterales y regionales que otorguen mayor poder de negociación frente a Washington.

 

II.Biocombustibles: cooperación técnica y disputa geopolítica

El acuerdo en materia de biocombustibles es más que un intercambio de buenas prácticas. Brasil, pionero en la producción de etanol y en la certificación de energías renovables, posee un know-how que México carece. Al aceptar la transferencia de conocimiento y abrir la puerta a la cooperación regulatoria, México reconoce no solo su rezago tecnológico, sino también la necesidad de avanzar en la transición energética bajo criterios de sustentabilidad.

El trasfondo geopolítico es claro: el control de la energía, en cualquiera de sus formas, sigue siendo un elemento de poder. Si México y Brasil logran articular una agenda común en biocombustibles, podrían posicionarse como líderes en un sector clave para el futuro energético global. Pero esa posibilidad dependerá de que ambos países resistan la presión de Estados Unidos, que difícilmente tolerará perder influencia sobre el desarrollo energético de su vecindario.

 

III.Competitividad y cadenas de valor

El memorando de entendimiento entre la Secretaría de Economía de México y la Agencia Brasileña de Promoción de Exportaciones busca “fortalecer capacidades institucionales y aumentar la competitividad”. En la práctica, esto significa la intención de vincular cadenas de valor en sectores estratégicos: farmacéutico, agropecuario, automotriz y aeroespacial.

Aquí conviene detenerse. El sector automotriz es ya un espacio de cooperación y conflicto entre ambos países. Desde hace décadas, los acuerdos de cupos y exportaciones entre México y Brasil han generado tensiones periódicas. La novedad radica en la posibilidad de pasar de una lógica de competencia bilateral a una lógica de integración regional que busque enfrentar juntos los desafíos de las cadenas globales.

Sin embargo, hay riesgos. Si la integración no se diseña con reglas claras, México podría convertirse únicamente en plataforma de exportación hacia Estados Unidos, mientras Brasil aporta tecnología sin recibir beneficios equivalentes. La cooperación verdadera exige mecanismos de compensación y cláusulas que eviten la subordinación de uno frente al otro.

El encuentro con la Presidenta se llevó a cabo en Palacio Nacional.

IV.El liderazgo latinoamericano en disputa

Tanto Lula como Sheinbaum comprenden que este acercamiento tiene un valor simbólico: inaugura la posibilidad de un eje México–Brasil como motor de integración regional. La historia de América Latina está plagada de intentos frustrados de unidad. Del ALALC al ALBA, pasando por UNASUR y la Alianza del Pacífico, los proyectos de integración han naufragado por falta de voluntad política, rivalidades nacionales y la intervención constante de Estados Unidos.

El desafío es enorme: ¿pueden México y Brasil superar sus propias desconfianzas y, al mismo tiempo, ofrecer un horizonte común al resto del continente? El peso de la geografía y de la política complica el panorama. México, por su cercanía con Estados Unidos, ha subordinado históricamente sus intereses a los del norte. Brasil, por su tamaño, ha tendido a mirarse a sí mismo como potencia solitaria, más interesada en proyectarse hacia Europa, África o Asia que en construir un bloque regional.

 

V.Escenarios de futuro

Existen, al menos, tres escenarios posibles:

  1. El escenario de la burocracia diplomática: los acuerdos se archivan en algún ministerio y la retórica de cooperación queda reducida a comunicados de prensa. Sería la repetición de la historia.
  2. El escenario de la integración productiva: México y Brasil logran articular proyectos concretos en biocombustibles, farmacéutica y automotriz, creando cadenas de valor que aumenten su competitividad global. Esto implicaría resistir presiones externas y establecer instituciones comunes.
  3. El escenario geopolítico: ambos países deciden avanzar hacia un liderazgo compartido en América Latina, articulando Mercosur y Alianza del Pacífico, y ofreciendo un contrapeso a Estados Unidos y China. Este escenario es el más ambicioso, pero también el más difícil, pues exige visión de largo plazo y la renuncia a tentaciones nacionalistas.

 

VI.Advertencia final

El acercamiento entre México y Brasil no debe verse con ingenuidad. Puede ser la semilla de un proyecto histórico de autonomía regional, o el espejismo diplomático que se disuelve con el primer cambio de gobierno en cualquiera de los dos países. Todo dependerá de si se logra transformar la necesidad coyuntural —responder a los aranceles de Trump y a la presión de Washington— en una estrategia sostenida de integración.

La historia juzgará a Sheinbaum y a Lula no por las fotografías de sus emisarios ni por los discursos de ocasión, sino por su capacidad de construir instituciones regionales sólidas, capaces de resistir las tormentas de la política internacional y esa es la verdadera cuestión: América Latina ya no puede permitirse seguir viviendo de promesas incumplidas. El tiempo apremia. El mundo se reorganiza en bloques. O México y Brasil dan el paso hacia un liderazgo compartido, o se resignan a seguir siendo piezas sueltas en el tablero de las potencias.

 

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