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La basuraleza como acto cultural

Por Carlos Lara González

Dr. en Derecho de la Cultura y Analista de la Comunicación y la Cultura

@Reprocultura

En las clases que hablo de cultura suelo decir que el patrimonio cultural es todo aquello producto del ingenio, sensibilidad y obra del ser humano; en tanto que el patrimonio natural es obra y gracia de la naturaleza. Ahora bien, ¿cómo definir Basuraleza? Puede ser lo que el ser humano abandona en la naturaleza generando una fuerte contaminación ambiental que altera el equilibrio de los ecosistemas de flora y fauna.

En días pasados Aitana, mi hija, que atraviesa la preadolescencia cuestionando todas las cosas a su alrededor, me preguntó por qué en el colegio está prohibido vender, incluso, consumir chicles. Supongo, dije yo, que por el riesgo sanitario, ambiental, económico y de imagen urbana que representan, debido al acto cultural de arrojarlos al piso. De acuerdo con un reporte de la CDMX previo a la pandemia, el costo que supone retirar un chicle pegado en el suelo es de aproximadamente 2.5 pesos. Y para hacernos una idea del problema, en el centro histórico de la ciudad se contabilizaban alrededor de 200.000. Un gran foco de infección por la cantidad de bacterias que albergan. Somos el segundo país consumidor de chicles en todo el mundo después de Estados Unidos, según la empresa Kraft Foods. Por tanto, me parece muy bien que prohíban los chicles en todas las escuelas.

Ahora bien, la fotografía completa nos muestra que tenemos la maldita costumbre de tirar basura en todas partes, incluso en parques, jardines, bosques y reservas ecológicas. Aitana y yo lo vemos a menudo en nuestros paseos por el bosque de Tlalpan y en San Martín Totolapan (en el Ajusco). Este último es terreno ejidal, la gente hace lo que quiere y los administradores les ayudan. Han comenzado a dejar entrar perros (con tal de cobrar más) y hasta juegos hinchables, lo cual hace insoportable la contaminación de esta reserva.

Al acto cultural de comer en todas partes y a todas horas se une el de la adopción de mascotas, a quienes pronto inscribimos en esta nuestra cultura de voltear para otro lado mientras contaminamos. No son pocas las personas que adoptan (no compran) mascotas y sienten que ganan indulgencias ciudadanas, que el mundo les debe un favor; y si a estas les falta una extremidad o no tienen un ojo, reafirman con ello su gran calidad humana, misma que deberían tener para recoger la mierda que generan y colocar los chicles en la basura.

El anglicismo “Basuraleza”, acuñado por una ONG europea de nombre Libera, ha sido definida como el conjunto de residuos generados por el ser humano abandonados en la naturaleza, que alteran el equilibrio de los ecosistemas y de toda la vida que estos albergan en el entorno animal y vegetal. Es uno de los retos ambientales más importantes por su impacto en el fenómeno del cambio climático, pues afecta los medios acuáticos debido al plástico; genera incendios forestales como los de La Primavera por cigarrillos mal apagados, vidrio y demás basuraleza que sirve de combustible en su propagación. Causa inundaciones al obstruir desagües y en ocasiones regresa a nuestras casas, pues muchos animales confunden los residuos con alimento y nos devuelven la falta de conciencia al estómago.

En mi paso por la administración pública fui director de Ecología del Ayuntamiento de Guadalajara. Conocí de cerca el problema del Polietileno Tereftalato, mejor conocido como PET, los RPBI (Residuos Peligrosos Biológicos Infecciosos), las ruedas de coche abandonadas que generan moscos transmisores de enfermedades y hacen de combustible en temporada de calor. Basuraleza en estado puro.

Conclusión. Consumir chicles, adoptar y pasear mascotas, son actos culturales que requieren buenos hábitos, conciencia, responsabilidad y cultura cívica. Sí, todo eso.

 

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