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Guadalajara, la ciudad que no termina de ser capital

Por Carlos Eduardo Martínez Villaseñor

Abogado

@carlosemtzv

Guadalajara se enorgullece de muchas cosas: su historia insurgente, su arquitectura colonial, su potencia tecnológica, su herencia cultural, su mística del mariachi y el tequila. Se vende como una ciudad capital, un centro neurálgico del occidente mexicano, la gran alternativa a la Ciudad de México. Pero basta mirar más allá de las postales para entender que ese discurso, por más seductor que sea, no ha terminado de materializarse. Guadalajara no ha logrado consolidarse como la capital moderna, influyente y decisiva que su historia, su geografía y su talento humano le permitirían ser.

Mientras Monterrey busca consolidarse como el músculo industrial del país, con el impulso de sus empresarios, y la Ciudad de México sigue concentrando el poder político y financiero, Guadalajara permanece en un espacio ambiguo: con aspiraciones de vanguardia, pero con realidades que la anclan a un modelo urbano —e incluso político— que ya no responde a los tiempos. La capital de Jalisco camina entre contradicciones: crecimiento demográfico desbordado, movilidad colapsada, zonas de desarrollo sin planeación y una política local que ha optado más por la narrativa que por la transformación.

No es un tema de identidad ni de orgullo, que los hay en abundancia. Es un tema de dirección. La ciudad ha crecido hacia los lados sin crecer hacia arriba. Se multiplican los fraccionamientos cerrados, los centros comerciales, las torres de departamentos, pero se debilitan los espacios públicos. Las redes de transporte siguen siendo ineficientes, y la cultura urbana compartida, fragmentada. El tren ligero avanza, pero no conecta regiones. La movilidad no es para la gente, sino para la foto. Las zonas más modernas parecen pensadas para visitantes, no para quienes las habitan.

Detrás de esa Guadalajara que busca ser capital hay una falta de visión metropolitana real, lejos de mesas y consejos. Cada municipio actúa por su cuenta. Guadalajara, Zapopan, Tlaquepaque, Tonalá y Tlajomulco compiten entre sí en lugar de pensarse como una sola región. La coordinación metropolitana sigue más en discurso que en práctica. No hay una agenda común que ejecute, que profundice, que haga frente a los retos estructurales de una metrópoli con más de cinco millones de habitantes. Se trata de gobernar con escala, con estructura y proyección; no solo con inauguraciones.

Uno de los factores más críticos, y menos discutidos, es el del agua. La ciudad crece, pero sus fuentes de abastecimiento no. La sobreexplotación de acuíferos, el rezago en infraestructura hidráulica, la fragmentación en la administración del recurso y la falta de inversión estratégica nos acercan peligrosamente a una crisis hídrica silenciosa. ¿Cómo puede Guadalajara planear su expansión sin garantizar lo más básico? El desarrollo urbano debería ir siempre acompañado de una política integral del agua. Hoy no ocurre así.

Guadalajara no ha logrado consolidarse como la capital moderna, influyente y decisiva que su historia, su geografía y su talento humano le permitirían ser.

Y si hablamos de liderazgos políticos actuales, ahí radica quizá el mayor de los rezagos. Guadalajara no ha producido en las últimas décadas un liderazgo nacional que se mantenga en el centro del debate político mexicano. Hay figuras visibles, sí, pero ninguna que articule desde Jalisco un proyecto de país. La política local se ha vuelto reactiva, ensimismada, incluso cómoda. Las discusiones se dan hacia adentro, como si el mundo terminara en el Periférico. Pero una ciudad capital debe pensar más allá de sí misma. Debe tener vocación nacional. Y eso, por ahora, está ausente.

También hay que decirlo con claridad: parte del freno se encuentra en la relación con el centro. La Federación ha concentrado históricamente el presupuesto, los megaproyectos, la definición de prioridades nacionales. Guadalajara, como muchas otras capitales estatales, ha sido vista como “complemento”, no como núcleo. La ausencia de infraestructura federal de gran calado ha limitado su crecimiento estructural. Aun así, la ciudad genera, produce, innova… pero no lidera.

Hay avances notables que deben reconocerse. Uno de ellos es el impulso que ha recibido el Aeropuerto Internacional de Guadalajara, que hoy se posiciona como uno de los más dinámicos del país, con una expansión ambiciosa por parte del Grupo Aeroportuario del Pacífico. Es un paso importante, pero insuficiente si no se acompaña de una estrategia de conectividad, movilidad y logística más amplia. No basta con modernizar terminales si las ciudades alrededor no se modernizan con ellas.

El potencial existe. Está en sus universidades, en su industria tecnológica, en su juventud. Guadalajara podría ser una ciudad laboratorio de innovación política, social y económica. Podría exportar modelos de desarrollo urbano, de participación ciudadana, de combate a la desigualdad. Pero para ello necesita salirse de la simulación y apostar por decisiones de fondo. Necesita agenda, con visión regional, nacional y global. Necesita menos campañas y más estadistas.

Porque no basta con repetir que somos capital cultural o corazón de occidente. Eso, sin hechos, se vuelve folclor. Una capital se construye con liderazgos que trascienden sexenios, con políticas públicas que miran no a tres o seis años, sino a veinticinco. Guadalajara aún está a tiempo de dar ese salto. Pero mientras no se atreva a pensarse como una metrópoli integral, integrada y con influencia real, seguirá siendo una ciudad importante… que no termina de ser capital.

 

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