Por Amaury Sánchez G.
Politólogo
En Guadalajara ya tenemos la primera obra de magia colectiva del siglo XXI: un camión alargado al que le pusieron sombrero de ferrocarril y lo bautizaron como Línea 5 del Tren Ligero. Sí, así, con todas sus letras: tren ligero. Solo que no es tren ni es ligero; es un BRT, o sea, un “camión grandote con carril pintado de amarillo”, al que le pusieron nombre fifí para que pareciera que vivimos en Suiza.
Lo malo no es el camión disfrazado, sino el insulto a la inteligencia del ciudadano. La treta política es digna de comedia: “Vamos a hacer un tren para el aeropuerto”, dijeron, “porque se viene el Mundial 2026 y hay que impresionar a los turistas”. En realidad, el único que se impresiona es el automovilista cuando se entera que seguirá atorado dos horas rumbo a Tonalá, mientras un autobús articulado pasa a su lado con cara de tren de utilería.
La bronca del tráfico
El chiste se cuenta solo: el Macrobús no resuelve la congestión automovilística rumbo al aeropuerto. Es como ponerle curitas a un herido de bala. En cambio, un tren ligero de verdad sí jalaría a miles de pasajeros, descongestionaría la vialidad y permitiría que más ciudadanos dejaran el coche. Pero no, aquí prefieren lo barato que sale caro: un camión con más problemas que soluciones.
La gente no se quedó callada: ayer mismo se entregaron más de 9,000 firmas para exigir una consulta popular. Porque cuando el pueblo ve que le quieren vender espejitos, pues se organiza. Y vaya que aquí no se necesita lupa para entender el engaño: tren que no es tren, ligero que no es ligero.
El negocio de las concesiones
Si usted creía que esto era solo cuestión de nomenclatura, le cuento la puntada más sabrosa: la Línea 4 del tren ya fue concesionada por 36 años a una empresa portuguesa. ¡Treinta y seis! Es decir, si un niño nació el día de la firma, cuando cumpla la edad de votar todavía seguirá la concesión vigente. Eso ya no es obra pública, es herencia internacional.
Ahora, con la Línea 5, el argumento oficial es que “hacer tren es muy caro”. Pero resulta que ya hay dinero disponible y, sorpresa, un tren de verdad saldría más barato que este Macrobús disfrazado. Aquí aplica la sabiduría popular: “Caro no es lo que cuesta mucho, caro es lo que no sirve”.
El Mundial como pretexto
Todo este sainete tiene un calendario de fondo: la FIFA. El objetivo es que, para 2026, haya un “sistema de transporte moderno” que lleve a los turistas del aeropuerto al estadio Akron. El problema es que este “sistema” será un BRT inflado, improvisado y con fecha de caducidad.
En otras palabras, le ponen alfombra roja al extranjero, mientras el tapatío común sigue pagando pasajes caros, esperando camiones saturados y perdiendo horas de vida en el tráfico. El ciudadano no necesita un transporte para tres partidos del Mundial, necesita un tren que le sirva los 365 días del año.
Modernidad de utilería
Lo más divertido (por no decir trágico) es la narrativa de modernidad. Se nos vende el Macrobús como si fuera la gran panacea tecnológica, cuando en realidad es un parche del siglo pasado. A estas alturas, la movilidad del Área Metropolitana de Guadalajara parece chiste cruel: los gobernantes presumen “avance”, pero la ciudad se sigue moviendo en modo tortuga.
Y lo peor: lo hacen con el mismo guion de siempre. Cada obra de transporte se presenta como la solución definitiva, hasta que pasan unos años y descubrimos que era otro elefante naranja: caro, inútil y condenado al abandono.
La moraleja naranja
Porque aquí está la verdadera estafa semántica: no es un tren, es un camión maquillado. No es movilidad, es negocio. Y no es visión de futuro, es improvisación de Mundial.
El ciudadano común ya no compra espejitos. Ya puso sus 9,000 firmas sobre la mesa y preguntó, con justa sorna: ¿por qué pagar un BRT más caro que un tren de verdad? La respuesta, claro, se queda atrapada en el mismo embotellamiento que todos sufrimos cada mañana.
Así que ya lo sabe, querido lector: en Guadalajara tenemos un tren que corre con ruedas de llanta, un discurso político que se mueve a diésel y un futuro que, si no cambiamos de ruta, seguirá varado en el tráfico. Eso sí, el gobierno feliz de inaugurar otro “milagro naranja”.
Epílogo
En esta ciudad se cumple a rajatabla la ley del transporte:
El tren es camión.
La modernidad es maquillaje.
El progreso es concesión.
Y el ciudadano… es cliente cautivo.
Al final, el único tren que veremos será el de la risa nerviosa cuando nos toque estrenar el BRT disfrazado. Porque aquí el tren ligero salió camión pesado.