Por Ismael Zamora Tovar
Doctor en Educación
En política, la oposición no es un adorno: es la condición mínima de una democracia que busca mantenerse viva. Sin contrapesos efectivos, cualquier gobierno —por más legítimo que sea— corre el riesgo de concentrar poder y de normalizar prácticas que erosionan la institucionalidad. En México, la oposición ha pasado los últimos años atrapada entre la pasividad, la división interna y la incapacidad de articular un proyecto alternativo convincente. El diagnóstico no es nuevo. Pero hoy, más que nunca, resulta urgente encontrarle solución.
La oposición dividida, PAN, PRI y Movimiento Ciudadano dicen defender a México, pero en la práctica se dedican a pelear entre sí. Se comportan como una banda desafinada: todos quieren ser solistas y nadie quiere tocar en conjunto. El resultado es predecible: ruido, pero nada de música que logre contrarrestar la narrativa oficialista.
Algunos opositores creyeron que el INE, la Suprema Corte o los órganos autónomos harían el trabajo por ellos. Mala noticia: las instituciones no se defienden solas. Sin respaldo político y ciudadano, hasta las más sólidas terminan tambaleándose.
Hablan de democracia, división de poderes y órganos autónomos, como si fueran conceptos de manual de ciencia política. ¿Y la gente? La mayoría sigue esperando que alguien les explique cómo todo eso tiene que ver con el precio de la tortilla, la seguridad en la calle o las medicinas en el hospital.
El guion de los opositores es simple, suele limitarse a decir “no” a las iniciativas del oficialismo, a expresiones denostativas de sus actores y de sus acciones sin plantear alternativas concretas. Esto alimenta la percepción de irrelevancia y resta entusiasmo a su base social.
Los líderes opositores suelen presentarse como estrategas expertos, pero terminan hablando en un lenguaje técnico y distante de la realidad cotidiana. Carecen de una voz capaz de comunicar con claridad, generar emoción y transmitir cercanía. En lugar de sonar como ciudadanos comunes, se proyectan como políticos atrapados en campaña permanente. También han fallado en explicar de manera simple cómo la corrupción impacta directamente en la vida de la gente. Esa ausencia de un discurso claro y empático no sólo limita el entusiasmo de sus bases, sino que también aleja a millones de votantes desencantados que prefirieron abstenerse en las últimas elecciones.
Con estos errores cotidianos, la oposición mexicana parece atrapada en un círculo vicioso: dividida, confiada, desconectada, reactiva y liderada por figuras que no inspiran. Y mientras tanto, el Gobierno avanza sin contrapesos reales. La ironía es brutal: si la oposición sigue sin corregir, no será el oficialismo quien acabe con ella… será ella misma quien cave su tumba política.
LECCIONES PARA UNA OPOSICIÓN RELEVANTE
Unirse sin perder identidad: Los partidos no tienen que ser iguales para caminar juntos; basta coincidir en lo esencial —defender la democracia, frenar la corrupción y cuidar los derechos sociales—. Cuando se dividen, el único beneficiado es el gobierno en turno.
No normalizar el autoritarismo, es decir, actuar como si todo fuera parte de la “normalidad democrática” —cuando se militarizan funciones civiles, se aprueban leyes que disminuyen los derechos de los ciudadanos, desaparecen o se presiona a órganos autónomos— es un error. Callar o minimizar equivale a complicidad.
Difundir el papel de las instituciones en la vida diaria; la defensa del INE no se debe explicar sólo en términos técnicos; hay que mostrar cómo su debilitamiento puede traducirse en menos confianza en las elecciones, menos seguridad sobre que el voto cuenta, más discrecionalidad en el reparto de recursos públicos.
Construir un relato de corrupción y bienestar ya que el problema no es sólo la concentración de poder, sino cómo esta se traduce en desabasto de medicinas, aumento de precios o programas sociales mal gestionados. El combate a la corrupción debe vincularse con el bienestar tangible de la gente.
Elegir batallas y sostenerlas, pues la oposición pierde credibilidad cuando denuncia todo y nada a la vez. Necesita priorizar un puñado de causas claras y mantenerse firme, incluso si implica costos políticos en el corto plazo.
Renovar liderazgos y vocerías; el ciudadano común no conecta con tecnicismos ni con discursos de élite. Se requieren voces nuevas, capaces de hablar sencillo, de emocionar y de transmitir que defender la democracia no es un lujo, sino un requisito para tener seguridad, salud y futuro económico.
La lección es clara: una oposición sin estrategia, sin mensaje y sin coordinación termina por volverse irrelevante frente a un proyecto político que avanza en la concentración del poder. En México, la oposición aún tiene la oportunidad de rectificar. Lo que está en juego no es sólo el próximo ciclo electoral, sino la capacidad del país de sostener un sistema político plural, con contrapesos reales y con un futuro en el que la alternancia no sea una excepción, sino una posibilidad siempre abierta.