El conquistador no recibió del Rey de España el reconocimiento a sus valiosas conquistas.
Por Alfredo Arnold
Una de las figuras más polémicas de la historia es Hernán Cortés: militar, navegante, explorador, conquistador del pueblo mexica, amigo de los tlaxcaltecas, fiel con el emperador Carlos V, pero al mismo tiempo denostado por sus coterráneos a pesar de que en Mesoamérica comenzaba a florecer una nueva raza surgida de sus empeños.
Cortés nació en 1485 en Medellín (España); con el tiempo se embarcó a Cuba donde obtuvo permiso y recursos del gobernador Diego Velázquez para explorar la costa nororiental del continente, después de que dos expediciones anteriores habían fracasado. En su viaje sufrió rechazo de algunos pueblos indígenas, otros lo toleraron y así llegó hasta las costas del actual Veracruz, desde donde emprendió su viaje más trascendente, que lo llevó a internarse en el continente, donde consiguió el apoyo tlaxcalteca para conquistar la capital azteca, la gran Tenochtitlán.
No fue cosa de un día, tuvo que pasar por peligros de muerte, insurrecciones de su gente y de otros españoles que llegaron después con la orden de capturarlo y regresarlo a Cuba, pero al fin y al cabo logró la victoria y nació la Nueva España, que al paso de los siglos se convertiría en un país autónomo: México.
Cortés, ya retirado de las batallas y dispuesto a vivir con el reconocimiento de su lucha, viajó a España para reclamar lo que consideraba su derecho, pero en esta empresa no tuvo éxito. Hacía 26 años que había peleado y vencido a los mexicas, cuando el 2 de diciembre de 1547 murió en Castilleja de la Cuesta a la edad de 62 años y sin haber recibido del gobierno español los bienes que reclamaba.
Cortés tuvo dos esposas españolas. Con su pareja indígena Malinche procreó descendencia, aunque no se sabe cuándo ni en qué circunstancias murió esta mujer que desempeñó un papel muy importante para la Conquista.
Ya avanzado en años y luego de un fracasado intento por conquistar Argel, Cortés siguió reclamando a Carlos V lo que consideraba haberse ganado. No lo consiguió; en cambio, el emperador delegó su poder en América nombrando virreyes, y en España transfirió su autoridad a su hijo Felipe, lo que para Cortés significó la pérdida de su principal aliado.
Ya sin el apoyo de Carlos V, los restantes años de Cortés en España fueron muy difíciles. Sobre él existían numerosas denuncias que agobiaron el resto de sus días.
En febrero de 1544 escribió su última carta al rey:
“Pensé que el haber trabajado en la juventud, me aprovechara para que en la vejez tuviera descanso, y así ha cuarenta años que me he ocupado en no dormir, mal comer y a las veces ni bien ni mal, traer las armas a cuestas, poner la persona en peligros, gastar mi hacienda y edad, todo en servicio de Dios, trayendo ovejas a su corral muy remotas de nuestro hemisferio, e inoctas y no escritas en nuestras Escrituras, y acrecentando y dilatando el nombre y patrimonio de mi rey, ganándole y trayéndole a su yugo y real cetro muchos y muy grandes reinos y señoríos de muchas bárbaras naciones y gentes, ganados por mi propia persona y expensas, sin ser ayudado de cosa alguna, antes muy estorbado por nuestros muchos émulos e invidiosos que como sanguijuelas han reventado de hartos de mi sangre (…) De la parte que a Dios cupo de mis trabajos y vigilias asaz estoy pagado, porque seyendo la obra suya, quiso tomarme por medio (…) (En cuanto al rey, no sé por qué no se me cumple la promesa de las mercedes ofrecidas, y se me quitan las hechas. Y si quisieren decir que no se me quitan, pues poseo algo, cierto es que nada e inútil son una mesma cosa, y lo que tengo es tan sin fruto, que me fuera harto mejor no tenerlo, porque hobiera entendido en mis granjerías, y no gastado el fruto dellas por defenderme del fiscal de Vuestra Majestad, que ha sido y es más dificultoso que ganar la tierra de los enemigos. Así que mi trabajo aprovechó para mi contentamiento de haber hecho el deber, y no para conseguir el efeto dél…”
Cortés nunca recibió respuesta a su carta.
En una pequeña casa de Castilleja de la Cuesta, después de haber pasado una larga temporada en Madrid y luego en Sevilla, murió el 2 de diciembre de 1947, pobre, sin dientes, olvidado. En su testamento, pide que lleven sus huesos al Nuevo Mundo, a la villa de Coyoacán.
Después de quince años de su muerte, los restos de Cortés fueron traídos a la Nueva España, primero a Texcoco y posteriormente al Hospital de Jesús, en la ciudad de México. Actualmente reposan en la iglesia de Jesús Nazareno, también conocida como iglesia de la Inmaculada Concepción, en el centro histórico de la capital.



