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MÉXICO: ENTRE LA VIOLENCIA Y LA ESPERANZA

Por Álvaro Martínez García

Director del Archivo Municipal de Guadalajara

En México, hablar de inseguridad es casi como hablar del clima. Está en todas partes, en las conversaciones familiares, en los noticieros, en las calles que evitamos y en los silencios incómodos cuando alguien dice “ten cuidado”. Con el paso de los años, la violencia se ha vuelto parte del paisaje cotidiano. Pero detrás de cada cifra hay una historia, una familia que ya no regresa a su hogar, un joven que desaparece sin dejar rastro, una comunidad que aprende a vivir con miedo.

El país lleva tanto tiempo lidiando con la inseguridad que a veces parece que nos hemos acostumbrado a ella. Pero acostumbrarse no es lo mismo que aceptar. México sigue siendo un país que, pese al dolor, no deja de buscar la esperanza.

 

Una rutina marcada por el miedo

Hoy en día, la inseguridad se mide no solo en delitos, sino en hábitos. En las ciudades grandes, mucha gente cambia de ruta para ir al trabajo; en los pueblos, las familias duermen con miedo a los balazos; en cualquier rincón, los padres piden a sus hijos que manden mensaje apenas lleguen a casa. Es una forma silenciosa de resistencia ante un miedo que se ha normalizado.

Las cifras son duras, cada día se registran decenas de homicidios en todo el país. Estados como Guanajuato, Michoacán o Baja California se han convertido en territorios marcados por la violencia, donde el crimen organizado dicta las reglas. Pero más allá de los números, lo que duele es la sensación de indefensión, esa idea de que el Estado no puede protegernos.

En muchos lugares, la línea entre autoridad y delincuencia se ha desdibujado, y el ciudadano común queda atrapado entre ambos fuegos.

 

Las raíces de un país herido

La inseguridad en México no nació de la noche a la mañana. Es el resultado de años de desigualdad, corrupción e impunidad. Cuando un joven no tiene oportunidades de estudio o trabajo, y ve en el crimen una opción para sobrevivir, el problema deja de ser solo policiaco y se vuelve social.

En muchas comunidades, el Estado está ausente. No hay escuelas suficientes, ni empleo, ni justicia. Y cuando las instituciones fallan, el crimen llena el vacío. Esa es la verdadera tragedia, la violencia no se impone solo con armas, sino también con abandono.

La corrupción también ha sido una herida abierta. Policías que temen o pactan con los criminales, jueces que no castigan, funcionarios que miran hacia otro lado. En México, nueve de cada diez delitos quedan impunes. Eso significa que, para la mayoría de las víctimas, no habrá justicia. Y sin justicia, no hay paz posible.

 

El costo invisible de la violencia

La inseguridad no solo se refleja en las estadísticas, también se siente en el alma del país. Miles de familias desplazadas por amenazas, niños que crecen entre el sonido de los disparos, mujeres que viven con miedo al acoso o la violencia de género.

El miedo se ha vuelto una emoción compartida, pero también un obstáculo para la confianza. En los barrios, la gente desconfía del vecino; en las comunidades, la solidaridad se erosiona. Vivir en un país donde todos sospechan de todos es, en sí mismo, una forma de violencia.

Y aun así, entre tanto dolor, hay historias de esperanza, madres que no se cansan de buscar a sus hijos desaparecidos, periodistas que arriesgan la vida para contar la verdad, jóvenes que trabajan por la paz desde sus comunidades. Ellos nos recuerdan que la violencia no ha conseguido silenciar del todo al país.

CUERNAVACA, MORELOS, 23ENERO2020.- Con un exhorto a la gente para que se sume al movimiento por la seguridad, este miércoles inició la «Caminata por la Verdad, la Justicia y la Paz» desde la glorieta de Paloma de la Paz. La marcha, encabezada por Julián LeBarón y Javier Sicilia, avanza por la autopista Cuernavaca-México. Se prevé que esta tarde llegue a Coajomulco y en los días subsecuentes hasta Palacio Nacional con recesos y retornos de descanso.
FOTO: MARGARITO PÉREZ RETANA/CUARTOSCURO.COM

Promesas rotas y caminos posibles

A lo largo de los años, distintos gobiernos han prometido devolver la seguridad. Se ha militarizado el territorio, se han creado nuevas corporaciones y estrategias, pero los resultados siguen siendo limitados. La presencia del Ejército en las calles puede contener la violencia, pero no elimina sus causas.

La verdadera seguridad no se logra con más armas, sino con más justicia, educación y oportunidades. Un país en paz no es aquel donde se detiene a más delincuentes, sino aquel donde menos personas se ven obligadas a delinquir.

Algunos proyectos comunitarios lo demuestran. En barrios donde antes dominaban las pandillas, la cultura y el deporte han abierto otras rutas para los jóvenes. No son soluciones mágicas, pero muestran que la seguridad también se construye desde abajo, desde la gente.

 

Hacia un México sin miedo

Recuperar la seguridad no es solo una tarea del gobierno, es un desafío colectivo. Requiere instituciones honestas, pero también una ciudadanía que crea en ellas. Implica reconstruir la confianza, volver a mirar al otro como aliado y no como amenaza.

México no puede resignarse a vivir entre el miedo y la desconfianza. El país ha demostrado una y otra vez su capacidad de resistir, de levantarse después de cada tragedia. La inseguridad no debe ser nuestro destino, sino un desafío que inspire cambio.

Cada persona que exige justicia, cada comunidad que se organiza, cada voz que se niega a callar representa un paso hacia ese México posible, uno donde la palabra “seguridad” deje de oler a guerra y empiece a significar vida digna, justicia y esperanza compartida.

 

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