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La guerra se ganó, pero el futuro se perdió

INDEPENDENCIA

Por Ismael Zamora Tovar

Doctor en Educación

La Guerra de Independencia de México fue un proceso complejo que se desató por el desequilibrio de poder en la Nueva España. Si bien la invasión napoleónica de 1808 debilitó a la Corona española y creó un vacío de poder, el descontento ya estaba arraigado. Los criollos, descendientes de españoles nacidos en América, se sentían marginados frente a los peninsulares, quienes monopolizaban los cargos de poder, la economía y la influencia cultural. A esto se sumaba la explotación de la población indígena bajo el sistema de encomienda. El conflicto no fue sólo una lucha por la libertad, sino la explosión de tensiones acumuladas.

La primera fase de la lucha se caracterizó por la falta de un plan claro y una visión unificadora. La conspiración de Querétaro, que buscaba la autonomía, fue descubierta, forzando a sus líderes a actuar de forma improvisada. La insurrección comenzó de forma caótica en Dolores, liderada por un cura y no por un militar, sin los recursos económicos y estratégicos necesarios para una guerra formal. La división fue un problema persistente, con desacuerdos sobre el saqueo, el trato a los prisioneros y, crucialmente, la toma de decisiones estratégicas. El retiro de Hidalgo después de la Batalla del Monte de las Cruces, cuando la victoria parecía posible, es el ejemplo más claro de la falta de cohesión y visión que caracterizó esta etapa. Esta desorganización fue una de las principales razones por las que la primera fase de la guerra concluyó en tan sólo seis meses, culminando con la derrota y ejecución de los principales líderes insurgentes, cuyas cabezas fueron expuestas en la Alhóndiga de Granaditas.

Tras la derrota de los primeros líderes, la lucha se transformó. José María Morelos y Pavón, conocido como el «Siervo de la Nación», continuó la guerra con una estrategia más organizada y una visión política más definida. A diferencia de Hidalgo, Morelos convocó al Congreso de Chilpancingo, proclamó los «Sentimientos de la Nación» y buscó legitimar el movimiento con un proyecto político formal. Sin embargo, su plan era demasiado radical para la élite criolla, que quería independencia, pero no una revolución social.

Fue esta élite conservadora la que finalmente consumó la independencia a través del Plan de Iguala de 1821, ideado por Agustín de Iturbide. Este plan no buscaba un cambio social profundo, sino la unión de realistas e insurgentes bajo tres garantías: Religión, Unión e Independencia. Su éxito radicó en que ofreció una salida que permitía la independencia sin alterar la estructura social ni los privilegios de los criollos. Iturbide entró triunfalmente en la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, y al día siguiente se firmó el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, poniendo fin a una guerra que se resolvió con un acuerdo político, no con una victoria militar total de los insurgentes.

En México, la lección de la Independencia enseña que la ingeniería sociopolítica es crucial para el progreso de la nación.

La historia de la independencia nos enseña una lección fundamental: la lucha por el poder, sin una visión de Estado que la guíe, sólo conduce a la polarización y el estancamiento. Este patrón trágico resuena con fuerza en el México actual, donde la carencia de un proyecto de nación que trascienda los intereses sexenales y partidistas es evidente.

La confrontación política se ha vuelto la norma, relegando la búsqueda de soluciones a problemas tan urgentes como la desigualdad, la corrupción y la inseguridad a un segundo plano.

La historia, en este sentido, no sólo nos ayuda a entender de dónde venimos, sino que también nos advierte de los peligros de un futuro que, al igual que nuestro pasado, sigue sin definirse. La historia, en este sentido, nos muestra que, sin un acuerdo básico sobre el destino de la nación, el progreso será siempre un camino lleno de obstáculos y retrocesos.

Frente a la polarización actual, ¿cómo podemos, como ciudadanos, impulsar la construcción de un proyecto de nación que vaya más allá de los intereses políticos?

En México, la lección de la Independencia enseña que la ingeniería sociopolítica es crucial para el progreso de la nación. Similar a un juego donde cada pulgada cuenta, el avance social y político no se logra con una victoria aplastante de un solo bando, sino a través del trabajo conjunto y el acuerdo básico sobre el destino del país. La historia muestra que la polarización y la falta de cohesión, como las que afectaron la primera fase de la lucha por la Independencia, sólo conducen al estancamiento. Por lo tanto, el camino hacia una visión de Estado unificada es una labor continua que requiere superar los intereses individuales y partidistas, enfocándose en la suma de pequeños logros colaborativos para enfrentar problemas urgentes como la desigualdad, la corrupción y la inseguridad.

 

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