Por Alfonso Gómez Godínez
@ponchogomezg
La reciente marcha de la comunidad Wixárika del norte de Jalisco hacia la capital del país en la búsqueda de un encuentro con el presidente López Obrador, debe ser tema para todos los jaliscienses.
Realizar una caminata de alrededor de un mes con la precariedad de alimentos y agua, las inclemencias del clima, los riesgos y la incertidumbre en cada paso por la carretera solo es posible si existen motivaciones trascendentes capaces de vencer el cansancio y el dolor.
La exigencia de recuperar sus tierras en colindancia con Nayarit obligó a los pueblos de las comunidades de San Sebastián, Teponahuaxtlán y Tuxpan de Bolaños a tomar decisiones que no deben pasar desapercibidas y caer con el paso del tiempo en el olvido, sino que requieren ser narradas y entendidas sus razones.
La irrupción de la comunidad Wixárika es un llamado de alerta, una poderosa llamada de atención para que en Jalisco la agenda y la problemática de los pueblos originarios ocupen un sitio relevante en las decisiones del quehacer público y de la sociedad civil.
El ombligo del Área Metropolitana de Guadalajara consume la inmensa mayoría de los recursos públicos y de la atención de los gobernantes. Las razones son obvias. Sin embargo, no justifican el abandono y el olvido para otras regiones y exigencias.
Históricamente, en Jalisco las cuestiones indígenas han sido relegadas y poco atendidas. La inmensa mayoría de la población nos sentimos alejados e indiferentes con los pueblos originarios de Jalisco. Las políticas públicas oscilan entre el asistencialismo y el oportunismo político y electoral. Desde la sociedad civil los compromisos han sido aislados y claramente insuficientes.
La caminata de la comunidad Wixárika debe a los jaliscienses despertarnos en la conciencia social de que no “estamos solos”, de que compartimos una parte de nuestro territorio, de nuestro presente y destino, tanto en el norte como en el sur, con pueblos originarios, con ciudadanos y personas que, al igual que todos, reclaman su derecho a la vida, a la defensa de sus tradiciones, a la reivindicación de su historia y a su patrimonio.
La modernidad, la globalización y la digitalización homogenizan comunidades enteras en sus comportamientos y aspiraciones. Han transformado las narrativas y las definiciones valorativas de las sociedades. Así mismo se esfuerzan en determinar una sola ruta en el devenir de la humanidad.
La persistencia de los pueblos originarios rompe con el molde y la comodidad del modelo único y de la receta universal. En sus luchas y reclamos, los pueblos originarios nos alertan de añejos problemas, nos advierten de las profundas contradicciones en la llamada sociedad global, de la necesidad de convivencia en la diversidad y de la existencia de una cosmovisión que debe de ayudarnos a romper con el mundo monocromático que nos encierra y limita.
Urge dar seguimiento a la caminata, a sus acuerdos y resoluciones. La polarización y confrontación se cierne en el camino. La imposición del más fuerte es un peligroso ingrediente.