Opinión Política
EDUCACIÓN E HISTORIA

La tragedia de Juan O’Donojú

Colaboró en la Independencia de México y murió a los pocos días después de su consumación

 

Por Alfredo Arnold

En la historia de la Independencia de México sobresalen dos personajes españoles que vinieron a estas tierras a cumplir misiones distintas, pero que finalmente resultaron ingratas y trágicas. Uno es Xavier Mina, el otro es Juan O’Donojú.

Francisco Xavier Mina era un joven soldado nacido en Navarra que participó en la guerra de España contra los franceses. Conoció en Inglaterra a fray Servando Teresa de Mier, quien lo convenció de sumarse a los insurgentes mexicanos. Tenía 28 años cuando llegó a Soto la Marina al mando de 250 soldados españoles, italianos e ingleses, y desde Tamaulipas se movió hacia la región del Bajío en una exitosa campaña militar hasta encontrarse con Pedro Moreno. Ambos fueron sitiados en el fuerte El Sombrero, pudieron escapar, pero más tarde Mina fue apresado en el rancho El Venadito y fusilado en noviembre de 1817. Sólo siete meses duró su aventura en la Nueva España.

El caso de O’Donojú, a quien nos referiremos en este artículo con motivo del 201 aniversario de su fallecimiento, ocurrido el 8 de octubre de 1821, es distinto, pero igualmente trágico.

O’Donojú gozaba de una posición prominente en España donde fue Ministro de Guerra y capitán general de Andalucía. Eran tiempos muy difíciles para el gobierno peninsular; España se debatía entre el liberalismo, la monarquía y la invasión napoleónica. En 1821 fue nombrado capitán general de Nueva España, un cargo equiparable al de virrey, de hecho se le conoce como “el último virrey”, pero tan pronto arribó a Veracruz se enteró de que la independencia mexicana era prácticamente un hecho y acordó con Iturbide los términos de la desvinculación de México de la nación española. Después de la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México fue considerado para integrar la primera Regencia, al lado de Iturbide y cuatro personajes más, pero diez días más tarde falleció.

Ya había muerto un familiar de O’Donojú al llegar a Veracruz y su viuda, Josefa Sánchez-Barriga, impedida de regresar a España, vivió 20 azarosos años más en México y murió en la pobreza a los 80 años de edad.

Es de llamar la atención el trágico destino que tuvieron los tres principales consumadores de la Independencia de México: Agustín de Iturbide, fusilado; Vicente Guerrero, fusilado, y Juan O’Donojú, muerto diez días después de consumada la independencia.

 

LOS ARREGLOS PARA LA INDEPENDENCIA

Juan José Rafael Teodomiro de O’Donojú y O’Ryan nació en Sevilla, el 30 de julio de 1762. Era de ascendencia irlandesa, militar de pensamiento liberal. Luchó contra la invasión napoleónica en 1808 y fue nombrado Ministro de Guerra por las Cortes de Cádiz en 1814. También fue capitán general de Andalucía.

Mientras tanto en Nueva España, la idea de la independencia ganaba aceptación inclusive entre los habitantes peninsulares y el clero, que temían cruzaran el Atlántico las políticas liberales que regían en España. La lucha insurgente no terminaba, por lo que el virrey Apodaca mandó a Iturbide a combatir a Guerrero, pero ambos, en vez de luchar entre sí, se unieron conforme al Plan de Iguala que proclamaba la independencia de la colonia.

En este contexto O’Donojú llegó a Veracruz el 3 de agosto de 1821, un año infortunado para él. Allí mismo prestó juramento y recibió honores de virrey. Muy pronto se dio cuenta que el Plan de Iguala tenía aceptación en casi todo el país y que la independencia era irreversible.

El 26 de septiembre don Juan O’Donojú llegó a la ciudad de México y al día siguiente entregó el poder a Iturbide que tomaba simbóli- camente la capital de la colonia al mando del Ejército Trigarante.

Iturbide y O’Donojú acordaron reunirse en la ciudad de Córdoba. La entrevista se realizó el 24 de agosto, ambos se pusieron de acuerdo y firmaron los Tratados de Córdoba, con lo cual finalizó oficialmente la guerra de independencia, “desatando, sin romper, los vínculos que unieron a los dos continentes”.

Los Tratados de Córdoba reconocieron a la Nueva España como un imperio independiente, con un gobierno monárquico constitucional moderado. La corona imperial se otorgaba a Fernando VII y en caso de que éste no aceptara, dicha corona podría concedérsele a uno u otro de los infantes, y si tampoco éstos la asumieran, entonces las Cortes del Imperio designarían al emperador, quien tendría la obligación de fijar su Corte en México. Se retirarían las tropas españolas del territorio de la nueva nación, y en tanto asumiera la corona el nuevo emperador se integraría una Junta Provisional Gubernativa.

España no reconoció los Tratados y desconoció la autoridad de O’Donojú. Las fuerzas realistas ocuparon la ciudad de México, el fuerte San Diego de Acapulco y las fortalezas de Perote y San Juan de Ulúa. En respuesta, el Ejército Trigarante sitió al virrey (ya no lo era oficialmente) Francisco Novella.

Pero en lugar de que se desatara un conflicto armado, una nueva reunión entre Iturbide, O’Donojú y Novella tuvo lugar el 13 de septiembre en la hacienda La Patera, cercana a la Villa de Guadalupe y ahí acordaron el cese de las hostilidades. Dos días después Novella reconoció a O’Donojú como virrey y capitán general de la Nueva España y éste ordenó el retiro pacífico de las fuerzas realistas; sólo quienes habían tomado San Juan de Ulúa no lo obedecieron.

El 26 de septiembre don Juan O’Donojú llegó a la ciudad de México y al día siguiente entregó el poder a Iturbide que tomaba simbólicamente la capital de la colonia al mando del Ejército Trigarante.

Todo esto fue observado desde España con gran enojo del rey Fernando VII, quien no reconoció los tratados ni los movimientos que se hicieron para lograr la independencia de México, y declaró traidor a O’Donojú, quien, como se dijo antes, falleció el 8 de octubre de ese crucial año a las cinco de la tarde. El diagnóstico oficial fue pleuresía, tenía 59 años.

Fue sepultado con honores de virrey en el Altar de los Reyes de la Catedral de México en presencia de los jefes de la nueva nación mexicana. Por azares del destino, también en ese sitio serían depositados, años más tarde, los restos mortales de Xavier Mina.

 

Post relacionados

Carlota: su fascinación por México

Opinión Política

Parejas trágicas en el siglo XIX

Opinión Política

Día del Trabajo

Opinión Política

Dejar un comentario