Opinión Política
OPINIÓN

LA CAJA CHINA: EL ARTE DE GOBERNAR DISTRAYENDO

Por Simón Madrigal

Internacionalista y Analista Político

En política no existen las casualidades mediáticas. Cada escándalo, cada polémica repentina o cada “tema viral” que domina las redes cuando un gobierno atraviesa una crisis, suele tener un propósito más profundo: distraer.
La historia lo ha bautizado con un nombre tan elegante como perverso: la caja china.

El concepto nació de las cajas decorativas orientales que contienen una dentro de otra, ocultando siempre algo más pequeño en su interior. En política, la metáfora es perfecta: lo que se muestra al público —el espectáculo, la controversia, la indignación— solo sirve para esconder lo verdaderamente importante. Es la ilusión del control narrativo. Mientras la sociedad discute lo visible, el poder opera lo invisible.

El término se popularizó en América Latina a inicios de los 2000, cuando periodistas chilenos lo usaron para describir las estrategias de manipulación informativa de sus gobiernos. En México, la expresión prendió como fuego porque describe con precisión quirúrgica nuestra relación histórica con los medios y el poder: una sociedad hiperinformada, pero mal informada; una ciudadanía entretenida, pero desinformada.

 

El truco más antiguo del poder

Nada de esto es nuevo. Sun Tzu, hace más de dos milenios, ya advertía: “Simula desorden cuando estés ordenado, y debilidad cuando seas fuerte.”
Maquiavelo lo tradujo en su siglo: “El príncipe debe aprender a engañar con maestría a los hombres.” La distracción ha sido siempre un instrumento de guerra y de gobierno.

La historia está llena de ejemplos. En 1983, la invasión estadounidense a Granada coincidió con el desastre militar en Beirut: un movimiento quirúrgico para cambiar el foco de atención. En 1982, la dictadura argentina lanzó la guerra de las Malvinas en un intento desesperado por tapar la represión y el colapso económico. En Rusia, cada ciclo electoral viene acompañado de un enemigo externo conveniente; una fórmula que alimenta el patriotismo y apaga el disenso.

El patrón se repite: cuando el poder tambalea, fabrica un escándalo. Cuando no puede gobernar con resultados, gobierna con ruido.

México y su fábrica de distracciones

En México, la caja china no es táctica: es cultura política.
Durante décadas, la televisión cumplió el papel de gran prestidigitador nacional. Cuando una crisis amenazaba con desbordarse, un melodrama, un asesinato mediático o una boda de telenovela bastaban para distraer a millones.
El manual del control narrativo funcionaba a la perfección: mientras el país ardía, el público lloraba frente a la pantalla.

Hoy el método es el mismo, solo cambió el formato.

El poder ya no necesita cadenas nacionales ni locutores con voz grave; le basta con algoritmos, bots y una legión de influencers dispuestos a crear tormentas digitales a pedido.
Cada vez que se destapa un escándalo de corrupción o una crisis económica, surge un distractor hecho a la medida: el pleito de un actor, la ofensa de un extranjero, el debate moral del momento. Mientras tanto, el Congreso aprueba leyes, se negocian contratos o se ocultan cifras.

El periodista Jenaro Villamil lo resumió con ironía: “En México, la indignación es una industria y el escándalo una herramienta de gobierno”. Incluso la polarización política —esa eterna batalla entre “chairos” y “fifís”— ha terminado por convertirse en la caja china perfecta. Divide, entretiene, drena energía. Nadie gana, pero todos discuten. Y mientras el ciudadano pelea en redes, el poder firma en silencio.

 

La caja china digital: el nuevo circo del siglo XXI

El siglo XXI perfeccionó la técnica. Las redes sociales son hoy la nueva arena donde se libra la guerra por la atención. Ya no se necesita censura, basta con saturación. En un mundo donde todos hablan al mismo tiempo, la verdad se diluye por exceso, no por falta.

Facebook y X moldean la conversación pública; TikTok la fragmenta en segundos. Cada video, cada “like”, cada meme, puede servir como detonante emocional que eclipsa lo esencial. Y la desinformación, bien utilizada, es más efectiva que cualquier censura.
Mientras la ciudadanía se pierde en el debate sobre lo trivial, el poder toma decisiones trascendentales fuera del radar mediático.

El caso reciente de la “Pasajera de Torenza”, un video fabricado con inteligencia artificial que simulaba un incidente real en un aeropuerto, es el ejemplo perfecto de una mentira viral que demostró el grado de manipulación que la tecnología puede alcanzar. La anécdota duró días, pero su impacto fue enorme: millones de personas creyeron lo imposible. Si una farsa bien producida puede paralizar la red global, ¿qué no podría hacer un gobierno con recursos infinitos?

La caja china es, al final, un espejo. Funciona porque seguimos
cayendo.

Economía del engaño

Detrás de cada caja china hay una ecuación económica. Las distracciones también generan ganancias. El ruido mediático vende publicidad, genera clics, produce rating.
Cada minuto que un ciudadano dedica a indignarse por un tema superficial es un minuto menos de vigilancia cívica. Las redes sociales se alimentan de ese impulso primario: indignarse, compartir, reaccionar. Y las empresas tecnológicas han aprendido que la emoción —no la verdad— es el mejor negocio del siglo.

Vivimos en una economía de la distracción, donde la atención es el nuevo petróleo y la mentira, su herramienta de refinación. El poder político y el económico coinciden en un punto: mantenernos ocupados mirando hacia el lado equivocado.

 

Desarmar la caja

La caja china es, al final, un espejo. Funciona porque seguimos cayendo.
Porque preferimos el espectáculo a la verdad, la indignación a la comprensión, la reacción a la reflexión. Porque mientras discutimos lo irrelevante, quienes deciden el rumbo del país actúan sin testigos.

Salir de esa trampa exige recuperar la mirada. Exige que los ciudadanos aprendamos a detectar el truco, a distinguir el ruido del mensaje.
No se trata de paranoia, sino de lucidez. El poder solo teme a una sociedad que deja de mirar lo que le muestran y empieza a mirar lo que le ocultan.

El escritor Monsiváis decía que en México “la realidad siempre se disfraza de melodrama”. Quizás la lección sea esa: mientras sigamos entretenidos por el drama, otros seguirán escribiendo la historia.

Y si no aprendemos a ver más allá de la caja, terminaremos viviendo dentro de ella.

 

Post relacionados

La basuraleza como acto cultural

Opinión Política

Las Formas del Agua

Opinión Política

La prensa de América está seriamente amenazada

Opinión Política

Dejar un comentario