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La audición en solitario

Por Carlos A. Lara González

Dr. en Derecho de la Cultura y Analista de la Comunicación y la Cultura

@Reprocultura

Cuenta mi padre que en los años sesenta, el tío Jesús, afamado zapatero cuyo taller estaba en el oriente de la ciudad de Guadalajara, disfrutaba, como lo hacía la gran mayoría de trabajadores de aquellos años, de las convocantes radionovelas. En particular, la de Porfirio Cadena. Era tal su afición a la historia de aquel personaje que había perdido uno de sus ojos a lo largo de su vida criminal, que solía pagar anuncios en el periódico que a la letra decían: “Se solicitan pespuntadores y adornadoras que les guste escuchar Porfirio Cadena”. La razón que daba era que no le duraban, que se iban enseguida porque no soportaban escuchar aquella gloria de la radiodifusión. Claro, no existía aún aquel gran invento de Akio Morita (fundador de Sony), el revolucionario Walkman. Por tanto, era en cierto modo entendible.

En los años sesenta el cine, la radio y la televisión tenían una programación limitada como para pasar toda una jornada laboral escuchando la borrascosa vida de un criminal. Con los años, el cine, que si bien fue una opción en contenidos, mantenía las películas por largas temporadas en cartelera y con permanencia voluntaria. Fue la radio la que comenzó a popularizar las tendencias musicales haciendo la vida un poco más divertida, al mismo tiempo que el televisor dejaba de ser un aparato solo accesible para una familia por barrio. No solo eso, sino que por décadas convocó y mantuvo a las familias postradas en un sofá como esa imagen que vemos en la cortinilla de Los Simpson, debido a su programación. Hoy tenemos una pantalla por habitación con una programación distinta en cada una gracias al denominado streaming.

En el invencible mercado de la distancia en que vivimos en la actualidad, el Walkman marcó la pauta de lo individual hasta establecer la reproducción del individualismo musical. En la actualidad la gente no presta importancia ni al clima ni al entorno laboral, lo mismo ocurre en casa, donde hemos domiciliado el trabajo con el homeoffice y en los espacios abiertos diseñados para estar cada vez más conectados. Así, sin grandes inversiones en nuestro entorno, basta encender los auriculares para que el vecino se vuelva lejano. Un elemento decorativo ligeramente estorboso. Trabajamos, andamos y corremos en el espacio abierto en modo legión, diría Luigi Forza. Aislados y practicando una audición en solitario.

Qué decir de las radionovelas, los anuncios de empleo y los periódicos. Las primeras desaparecieron, los segundos también y los terceros están en ello. Lo mismo pasa con los zapateros de oficio, como el tío Jesús, cuesta encontrarlos. Ahora, no tanto como encontrar personas capaces de sostener una conversación que no esté en redes, una conversación que no sea a partir de memes y personajes del momento actuando bajo la teoría del más tonto.

Personas con las que el intercambio verbal no se de en medio, o sea parte de una compra. En ese tipo de relaciones quienes más hablan son las tarjetas de crédito.

Hoy, la diversidad de contenidos es tan grande que los trabajadores de cualquier oficio, oficina o empresa viven gobernados por su incesante flujo, por la exaltación de la velocidad y por una cultura que exacerba el cambio por el cambio. Tienen la opción de reproducir la audición de su preferencia y lo hacen en solitario. Las renuncias en nuestros días ya no son por no soportar la escucha de una radionovela, sino por la sobrecarga de rol que genera la hiperconectividad. Renuncias psicológicas les llaman ahora.

 

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