Opinión Política
OPINIÓN

El otro rostro del huachicol fiscal

Por Amaury Sánchez G.

Politólogo

En este país de silencios convenientes y verdades incómodas, el huachicol no es sólo el que se roba la gasolina de los ductos. Existe otro, más elegante y más perverso: el huachicol fiscal. Ése que viste corbata, firma contratos con apellidos impronunciables y sonríe en conferencias de prensa. Ése que se inventó desde los pasillos alfombrados de la Reforma Energética, cuando se les vendió a los mexicanos la ilusión de que abrir la industria a los privados sería el pasaporte al progreso.

El saqueo comenzó entonces, no en la madrugada de un ducto perforado, sino en oficinas donde el olor no era a gasolina, sino a tinta fresca de notarios y contadores. Desde ahí se abrió la compuerta al robo institucionalizado: factureras, importaciones subvaluadas, empresas fantasmas y redes que drenaron al erario lo que después el pueblo tuvo que pagar con impuestos, con recortes, con carencias.

Hoy, Ricardo Anaya lo reconoce, como si descubriese el hilo negro. Pero su confesión llega tarde. Porque mientras él y otros se disputaban candidaturas y tribunas, el huachicol fiscal ya había echado raíces. Y esas raíces, a diferencia del huachicol de los ductos, no eran visibles: estaban protegidas por leyes a modo, por complicidades políticas, por la misma mano que firmaba contratos con una pluma y al día siguiente denunciaba corrupción frente a los reflectores.

La Cuarta Transformación heredó este pantano. Y no se quedó en el diagnóstico: lo combate con todo lo que tiene a su alcance. Ha sido una lucha contra molinos de viento, porque el enemigo no es un hombre armado en la sierra, sino un enjambre de contadores, abogados y políticos que aprendieron a robar con discreción, en hojas membretadas y facturas digitales.

Claudia Sheinbaum lo ha entendido: la corrupción no se combate con discursos, sino con decisiones. Y en ello la acompaña Omar García Harfuch, un secretario de Seguridad que sabe que las mafias de cuello blanco pueden ser más letales que las que empuñan rifles. Ambos encarnan la apuesta de este gobierno: que la ley no se negocia, que el Estado no puede ser rehén de intereses disfrazados de “inversión extranjera”.

La historia se escribe hoy con un contraste brutal. Mientras algunos lloran por la “pérdida de confianza” de los mercados, otros celebran que por fin se persiga a quienes hicieron del fisco un botín. Y en ese contraste aparece la verdadera batalla: ¿queremos un país sometido a la complicidad de siempre, o un país que asuma el costo político de limpiar la casa?

En el fondo, el huachicol fiscal es un espejo: refleja el México que fuimos y el que podemos ser. La diferencia es quién sostiene ese espejo. Antes lo sostenían los beneficiarios del saqueo. Hoy, lo sostiene un gobierno que, con todos sus errores y aciertos, ha decidido que la impunidad ya no será la regla, sino la excepción.

Porque en esta guerra, no se trata sólo de números ni de discursos. Se trata de algo mucho más hondo: de que la nación, tantas veces saqueada, tantas veces traicionada, empiece a reconocerse en el rostro de la dignidad.

 

Post relacionados

La persistente corrupción

Opinión Política

La estupidez aumentada

Opinión Política

Responsabilidad política y rendición de cuentas

Opinión Política

Dejar un comentario