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Día de Acción de Gracias (Thanksgiving): Agradecer en un País de Contrastes

Por Simón Madrigal

Internacionalista y analista político.

Internacionalista y Analista Político

En Estados Unidos, cada noviembre ocurre un fenómeno peculiar: un país frenético, polarizado, agotado por la economía y la política, se detiene por un día. Las carreteras se llenan, los aeropuertos colapsan, y millones de familias hacen lo impensable en cualquier otra época del año: se sientan a agradecer.

Thanksgiving —el Día de Acción de Gracias— no es solo una cena o un ritual repetido mecánicamente. Es un espejo emocional que revela mucho de lo que este país es, de lo que aspira a ser y, también, de lo que le duele. Como mexicano-americano, como migrante y como observador de los matices culturales de este país, cada año vivo esta celebración con una mezcla de análisis, nostalgia y gratitud.

 

Los orígenes: un mito fundacional y una historia compleja

Thanksgiving nace en el siglo XVII con los peregrinos ingleses que sobrevivieron al invierno gracias al apoyo del pueblo Wampanoag. La narrativa romántica que se enseña en las escuelas —dos pueblos compartiendo una mesa en armonía— convive con una historia más áspera: tensiones, epidemias, colonización y pérdida de territorios indígenas.

Sin embargo, el significado moderno del día no está anclado en la perfección del pasado, sino en la necesidad humana de detenerse y reconocer lo que permanece. Fue Abraham Lincoln en 1863, en plena Guerra Civil, quien lo declaró oficialmente un día nacional de gratitud. Desde entonces, “Acción de Gracias” se volvió un recordatorio colectivo de que, incluso en los momentos más oscuros, es necesario dar gracias para no perder el rumbo.

 

Un ritual que evoluciona: la mesa más diversa del mundo

Hoy, Thanksgiving trasciende etnias, religiones y clases sociales. Es quizá la única celebración estadounidense que une a conservadores y progresistas, a cristianos, judíos, musulmanes, ateos y agnósticos. La mesa ha cambiado: junto al tradicional pavo ahora conviven tamales, salsa verde, arroz mexicano, pay de calabaza, mole y tortillas de harina. Cada hogar aporta su propia memoria a un ritual que ya no es exclusivamente anglosajón.

Para los latinos —y para los mexicanos en particular— este día tiene un peso especial. Somos una comunidad trabajadora que sostiene buena parte de la economía estadounidense: agricultura, construcción, salud, transporte, educación. Muchos de nosotros llegamos sin nada más que esperanza y espíritu de supervivencia, y este país, con sus contradicciones, nos abrió una puerta que no siempre se abre en México.

Por eso agradecer aquí no es simple cortesía; es reconocer un trayecto, un sacrificio y una oportunidad que cambió vidas enteras.

 

Agradecer en un país donde nada está garantizado

Thanksgiving no es ingenuo. En un país donde un accidente médico puede llevar a la bancarrota, donde la violencia armada es una amenaza diaria, donde la polarización política fractura amistades y familias, agradecer se vuelve un acto profundo, casi subversivo.

Porque agradecer exige honestidad. Y la honestidad nos obliga a mirar de frente:

  • Que estamos vivos, en un país donde la salud es un privilegio.
  • Que tenemos trabajo, aunque la competencia sea feroz.
  • Que nuestras familias, aunque repartidas entre países, siguen unidas por la voluntad de no soltarse.
  • Que nuestros hijos tienen oportunidades que nosotros no tuvimos.
  • Que enviamos remesas que alimentan hogares enteros en México.
  • Que nuestra comunidad —la latina— no solo sobrevive: florece.
El Día de Acción de Gracias es una fiesta celebrada oficialmente en Estados Unidos y Canadá.

Acción de Gracias revela algo sencillo pero poderoso: en la vorágine del capitalismo, alguien decidió que el agradecimiento merecía un día completo del calendario nacional. Eso, por sí mismo, dice mucho de la identidad estadounidense.

Contrastes inevitables: dar gracias en medio de la incertidumbre

La paradoja es evidente: Estados Unidos agradece mientras enfrenta desigualdad, tensiones raciales, crisis migratorias, soledad social y divisiones políticas profundas. Pero quizá por eso el día no pierde relevancia. Agradecer no borra los problemas; los contextualiza.

Como migrante, sé que este país puede ser generoso y cruel en la misma semana. Te da oportunidades con una mano y te recuerda con la otra que aquí nadie tiene garantizado el mañana. Por eso Thanksgiving se siente distinto para quienes venimos de otro lugar: no celebramos solo la cosecha, sino la travesía. No solo el éxito, sino la supervivencia.

 

Thanksgiving desde la mirada mexicana-americana

A través de los años, he descubierto que Acción de Gracias no se trata del pavo ni del football; se trata del silencio antes de la primera oración, de esa respiración profunda donde uno reconoce todo lo que duele y todo lo que aún merece gratitud.

Se trata de recordar a quienes quedaron en México: las madres que rezan, los padres que trabajaron toda una vida, los abuelos que ya no veremos en la mesa.

Se trata de agradecer el camino recorrido… y aceptar que aún estamos aprendiendo a vivir entre dos mundos.

Para los mexicanos en Estados Unidos, Thanksgiving es más que un día festivo: es un puente emocional entre lo que fuimos, lo que somos y lo que aspiramos a construir.

 

Agradecer también es una forma de resistencia

Agradecer cuando todo va bien es fácil. Agradecer en medio de la incertidumbre es un acto de claridad. Agradecer en un país lleno de contrastes es, quizás, la forma más honesta de reconocer que seguimos aquí, de pie, insistiendo en la posibilidad de un mañana mejor.

Thanksgiving nos recuerda que, incluso en tiempos complejos, siempre habrá algo por lo cual dar gracias: la vida, la familia, la oportunidad, la comunidad… y la esperanza que cargamos a pesar de los pesares.

Y en esa pausa anual, entre aromas de pavo y tamales, uno entiende algo fundamental: agradecer no es rendirse; es reafirmar quiénes somos en un país que nunca deja de ponernos a prueba.

 

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