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Polifonía y Tolerancia, el derecho a la libertad de expresión

NOTA DEL EDITOR

Por Alfonso Gómez Godínez

Es consustancial al ser humano la capacidad de opinar distinto con respecto al otro. En las sociedades modernas ese distintivo permeó el espacio público y fue determinante en el dique y transformación de las instituciones autoritarias y monocromáticas. El derecho a opinar, de pensar diferente, en comunidad y frente del poder, es una de esas peculiaridades tan valiosas de la democracia y de la ciudadanía.

 “Puedo no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, frase que algunos atribuyen al inmenso Voltaire, sintetiza magistralmente esa condición de libertad como derecho universal e imprescriptible, un derecho a preservar cuando desde diferentes espacios se quiera negar su validez y vigencia.

Hace algunos años, un viejo maestro de ciencia política sostenía en clases, como el gran tema de nuestras sociedades y del poder político, la conducción de comunidades polifónicas, donde la profunda diversidad de identidades, creencias, opiniones y prácticas políticas y sociales nos podría conducir a un enriquecimiento de la cotidianeidad democrática o a un desborde de los intentos autoritarios por controlar o, peor aún, eliminar la diversidad que no se pliega a la voz única y de mando. Estaría por resolverse la ruta que lograría imponerse.

Por desgracia, con el arribo en distintos rumbos del planeta del populismo, los nubarrones que anuncian la vía decantada, sea la de acallar las voces de la polifonía ciudadana. Con diversa intensidad, mecanismos y motivaciones en el continente transita la amenaza de la censura y el control autocrático.

La reciente asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) expresa con profundidad y pertinencia los momentos difíciles que vive la libertad de expresión en nuestro continente. Lo anterior, es un llamado para desde todas las trincheras actuar en el convencimiento de que solo la libertad y su correlato en la democracia es el espacio propicio para el bienestar individual y colectivo.

La polarización que generan los populismos atenta contra principios primarios de una sociedad y estado democrático, la tolerancia y la convivencia entre los distintos en pensamiento y expresión.

“La tolerancia – nos ilustra Victoria Camps en su obra virtudes públicas- es la virtud de democracia. El respeto a los demás, la igualdad de todas las creencias y opiniones, la convicción de que nadie tiene la verdad y la razón absolutas…. Sin l a virtud de la tolerancia, la democracia es un engaño, pues la intolerancia conduce directamente al totalitarismo”.

Estos nubarrones que soplan en casa y en el vecindario vienen apareciendo de diferente forma y matices. Se habla hoy de “Voces Desplazadas” de periodistas que en el ejercicio de su labor no son tolerados por quienes detentan el poder y tienen que emigrar a otros países. Se estima un mínimo de 913 periodistas en América Latina desplazados forzadamente para salvar su vida.

Tragedias de vida, lecciones de valentía, narrativas de violencia e injustica por ser una voz documentada en sus comunidades. Por otra parte, el tradicional referente de la libertad, de la libertad de prensa, con su simbolismo de la Estatua de la Libertad, también sufre de la asechanza de los intolerantes.

El mundo de la posverdad, de la pasajera de Torenza, -“la nación fantasma nacida del algoritmo” nos dice Simón Madrigal en su texto- sintetiza percepciones de realidades no existentes, pero que se aceptan como verdades con un mundo de información en redes que tiende no solo a lo superfluo, sino a la manipulación, la mentira y la sujeción de la voluntad, un desafío enorme para quienes informan y forman para construir ciudadanía y democracia. Los nubarrones llegaron, preparémonos para enfrentarlos.

 

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